Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.

La reciente decisión de Estados Unidos de entrar en guerra con Irán al lado de Israel no solo marca un momento crítico en la política internacional, sino que también desafía las promesas fundamentales que han guiado la administración de Donald Trump desde su inicio. Esta intervención, denominada "Martillo de Medianoche", pone en entredicho uno de los pilares del trumpismo: la política de no involucrarse en guerras extranjeras. Esta contradicción ha generado divisiones no solo dentro de su base electoral, sino también en el seno del Partido Republicano, dejando a muchos cuestionando la cohesión y la dirección del partido en un momento tan delicado.
La implicación militar de Estados Unidos en un conflicto abierto con Irán no es un simple giro en la política exterior, sino un catalizador de una nueva era de inestabilidad geopolítica. A medida que las tensiones aumentan en Oriente Próximo, se hace evidente que todos los esfuerzos diplomáticos previos para contener las ambiciones nucleares de Irán han fracasado. La respuesta militar elegida por Washington no solo desdibuja las líneas de la legalidad internacional, sino que también demuestra un cambio radical en la forma en que los actores globales están dispuestos a resolver sus diferencias.
Este nuevo orden mundial, que se ha ido formando desde la invasión de Crimea por parte de Rusia en 2014, ha dejado un vacío de liderazgo y respeto por las normas internacionales. La respuesta tibia de Occidente ante la agresión rusa sentó un precedente preocupante, y lo que estamos presenciando hoy en Gaza, Ucrania y el Golfo Pérsico es una clara manifestación de que las reglas que antes regían las relaciones internacionales están siendo ignoradas. La guerra, en este sentido, se ha convertido en la norma, y no en la excepción, dejando a las instituciones globales, como la ONU, como meras espectadoras sin poder real para influir en los acontecimientos.
La decisión de Estados Unidos de actuar unilateralmente, sin el respaldo de un consenso internacional, refleja una peligrosa erosión de la cooperación multilateral. La falta de legitimidad externa y de consenso interno en este tipo de intervenciones plantea serias cuestiones no solo sobre la efectividad de la acción, sino también sobre las posibles repercusiones de un conflicto que podría escalar rápidamente. La ONU ha sido incapaz de adaptarse a los cambiantes realidades geopolíticas, y su incapacidad de responder de manera efectiva a la agresión y la guerra es un signo de su irrelevancia actual.
En este contexto, Europa se enfrenta a una dura realidad: el poder blando se ha vuelto notablemente ineficaz. La diplomacia, los acuerdos comerciales y la influencia cultural han dejado de ser herramientas disuasivas efectivas ante regímenes dispuestos a utilizar la fuerza sin dudarlo. La historia reciente, marcada por la intervención militar de Estados Unidos en diversas regiones del mundo, sugiere que la imposición de un nuevo orden político no se traduce necesariamente en estabilidad o paz duradera. La pregunta principal que surge es si Estados Unidos tiene un plan claro para esta nueva guerra, dado que la historia ha mostrado repetidamente que las intervenciones sin una base social sólida tienden al fracaso.
Las consecuencias económicas de esta guerra ya son evidentes y se prevé que afecten a los mercados globales. El estrecho de Ormuz, por donde transita aproximadamente el 20% del petróleo mundial, podría convertirse en un nuevo campo de batalla. La posibilidad de que este estrecho quede bloqueado podría disparar los precios del crudo, empujando a las economías de Europa, Estados Unidos y Asia a un nuevo episodio inflacionario. La dependencia de China del petróleo importado sugiere que el impacto será aún más pronunciado en esa nación, pero los efectos serán globales, afectando a los bancos centrales y obligándolos a elegir entre controlar la inflación o fomentar el crecimiento.
Después de años de confiar en que el orden internacional podría sostenerse a través de declaraciones y compromisos políticos, la realidad es que la fuerza ha vuelto a tomar el protagonismo en la política global. Esta nueva dinámica plantea un futuro incierto, donde las decisiones unilaterales y la agresión abierta se han convertido en el nuevo paradigma. Los ciudadanos, a su vez, se verán afectados por un conflicto que no eligieron, enfrentando la erosión de su poder adquisitivo y la incertidumbre económica que inevitablemente vendrá con la guerra.
Así, el mundo se encuentra en una encrucijada: ¿seremos capaces de aprender de la historia y buscar soluciones pacíficas, o el ciclo de violencia y conflicto se perpetuará, redefiniendo nuestras relaciones y nuestro lugar en un mundo cada vez más caótico? La respuesta a esta pregunta determinará no solo el futuro de la política internacional, sino también el bienestar de las generaciones venideras.
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