Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
Cuba se encuentra en un cruce de caminos donde la apertura hacia las micro, pequeñas y medianas empresas (Mipymes) contrasta drásticamente con la realidad de una población que se enfrenta a la escasez de alimentos básicos. En medio de un paisaje marcado por la pobreza, productos que antes eran considerados lujo, como sirope de chocolate de la marca Hersey's o salsa de tomate Hunts, ahora se encuentran disponibles a través de distribuidoras como Mercatoria, creada por Aldo Álvarez. Sin embargo, esta disponibilidad no es signo de prosperidad general, sino más bien un reflejo de una economía fragmentada donde los que pueden pagar se benefician, mientras que la mayoría lucha por satisfacer necesidades básicas. Álvarez, un abogado que ha navegado los tortuosos caminos del comercio cubano, vio en el surgimiento de las Mipymes una oportunidad. A pesar de regresar a la isla con esperanzas en 2018, su negocio enfrenta la constante amenaza de la incertidumbre gubernamental. "El escenario genera mucha incertidumbre", reconoce, refiriéndose a los riesgos de que el Estado pueda cambiar las reglas del juego en cualquier momento. Su experiencia en el sector privado, sin embargo, le ha permitido adaptarse y crecer, a pesar de las limitaciones impuestas por el entorno político. Desde su creación, Mercatoria ha diversificado su oferta, proveyendo a una variedad de clientes, desde pequeños restaurantes hasta particulares con un poco más de poder adquisitivo. La empresa ha crecido y adaptado su modelo de negocio, convirtiéndose en un símbolo de la resiliencia emprendedora cubana. Pero, ¿qué pasa con aquellos que no pueden permitirse estos lujos? La mayoría de la población cubana, que aún depende de la libreta de abastecimiento, se siente excluida de este nuevo modelo económico. El contexto histórico es crucial para entender esta dinámica. La apertura de las Mipymes en 2021, un intento del gobierno de revivir la economía en medio de la crisis, ha traído consigo esperanzas y temores. Si bien se reconoce un avance en la formalización del sector privado, muchos aún desconfían del verdadero compromiso del gobierno con esta apertura. Existen restricciones que limitan el crecimiento de las empresas, como el tope de empleados o la prohibición de inversiones extranjeras, lo que plantea un dilema: ¿puede un sector privado controlado realmente impulsar la economía? Los nuevos actores económicos, como Aldo Álvarez y otros emprendedores, han tenido que lidiar con una narrativa gubernamental que a menudo los considera responsables de la inflación y la escasez. A medida que los precios de los productos básicos se disparan, la percepción pública de las Mipymes se complica. Mientras algunos ciudadanos ven en estas empresas una solución a la ineficiencia estatal, otros las ven como una fuente de desigualdad. La situación se vuelve aún más crítica al considerar que la economía cubana está en un punto de inflexión. Con una inflación que ronda el 30% y un PIB en contracción, la necesidad de un cambio estructural es evidente. Las Mipymes se han convertido en un pilar en áreas donde el Estado no ha podido cumplir, como en la producción de pan, un bien esencial que, aunque garantizado por el gobierno, ha sufrido de desabastecimiento severo. Sin embargo, el crecimiento de este sector se ha visto ensombrecido por las medidas del gobierno que a menudo parecen contradecir su propia apertura. Las restricciones que se imponen no solo limitan el potencial de crecimiento de las Mipymes, sino que también generan una incertidumbre constante entre los emprendedores. "¿Puede el sector perder parte de lo que ha ganado en estos tres años? Puede ser", reflexiona Álvarez, reflejando la precariedad de operar en un entorno donde el gobierno puede cambiar las reglas sin previo aviso. Por otro lado, la llegada de capital y recursos desde el exterior ha comenzado a moldear un nuevo panorama económico. Las remesas, junto con el interés de empresarios cubanos en el extranjero, están alimentando un ecosistema empresarial que aún debe lidiar con la desconfianza y la resistencia de un gobierno que ha sido históricamente hostil a la idea de la propiedad privada. Esta dualidad crea un ambiente extraño, donde las oportunidades de crecimiento coexisten con la sombra de un control estatal que no se ha desvanecido. En este contexto, la pregunta de hacia dónde se dirige Cuba se vuelve cada vez más apremiante. La percepción de un giro hacia un modelo más capitalista, aunque posible, enfrenta la realidad de que muchos cubanos, sobre todo los menos favorecidos, no ven mejoras significativas en sus vidas. Los signos de riqueza emergente contrastan con la pobreza persistente, y la lucha por el acceso a alimentos básicos se convierte en un recordatorio constante de la desigualdad que se profundiza. Finalmente, a medida que la isla avanza en este nuevo camino, los cubanos se enfrentan a un dilema: ¿pueden las Mipymes realmente transformar la economía y, al mismo tiempo, ofrecer solución a las necesidades básicas de la población? La respuesta sigue siendo incierta. Mientras algunos disfrutan de una nueva era de emprendimiento, otros luchan por sobrevivir en un sistema que, a pesar de sus cambios, sigue siendo profundamente desigual. La esperanza de un futuro más próspero se entrelaza con la realidad de un presente que todavía deja mucho que desear.