Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La reciente agresión contra la congresista Patricia Chirinos en un local de Barranco ha provocado una ola de condenas por parte de diversos sectores de la sociedad. El incidente, en el que un grupo de personas hostigó a la parlamentaria mientras se encontraba en un espacio de entretenimiento, pone de manifiesto la creciente intolerancia política que amenaza la convivencia democrática en el país. Chirinos, quien representa al partido Avanza País, no solo fue objeto de insultos, sino que también sufrió un ataque físico cuando le arrojaron un vaso de vidrio, junto a su colega, el congresista Luis Aragón. Este episodio es un claro recordatorio de que, independientemente de las diferencias políticas, el acoso y la violencia no tienen cabida en una sociedad que se dice democrática. La agresión a Chirinos es un síntoma de un problema más amplio: la falta de respeto hacia quienes tienen posturas diferentes. La democracia, para funcionar correctamente, necesita de un ambiente de tolerancia, donde las discrepancias se diriman en el marco del debate político y no a través de la intimidación y el miedo. Los eventos recientes nos llevan a preguntarnos hasta qué punto estamos dispuestos a permitir que la violencia se convierta en un método de expresión política. Hay canales establecidos para expresar el desacuerdo, ya sean a través de debates, protestas pacíficas o incluso mediante el ejercicio del voto. La violencia solo deslegitima las luchas y genera un ciclo de retaliación que puede escalar rápidamente hacia situaciones incontrolables. La democracia no debe ser vista como un campo de batalla, sino como un espacio de diálogo constructivo. La situación se complica aún más cuando figuras políticas, como la exministra Mirtha Vásquez, sugieren que el acoso puede ser una forma válida de "sanción moral". Este tipo de declaraciones no solo trivializan la gravedad de los ataques, sino que también pueden empoderar a quienes creen que la violencia es un medio aceptable para manifestar descontento. La legitimación de la violencia y el acoso, aunque sea en nombre de una causa política, es una pendiente resbaladiza que puede llevar a consecuencias desastrosas. Es importante recordar que la historia está llena de ejemplos de cómo el acoso y la violencia han sido utilizados para silenciar voces disidentes. En este sentido, otros políticos han sido víctimas de ataques similares en el pasado, como es el caso de Carlos Tubino, Ricardo Burga y Luis Alva Castro. Estos episodios de violencia política no son aislados; forman parte de un patrón de agresión que busca deslegitimar y amedrentar a los opositores. Las consecuencias de normalizar este tipo de comportamiento son devastadoras. Un ambiente en el que la violencia se considera una respuesta válida sólo sirve para perpetuar un ciclo de odio y división. A medida que nos acercamos a las próximas elecciones, es fundamental que los líderes políticos y la sociedad en general reflexionen sobre la importancia de respetar a aquellos con quienes no estamos de acuerdo. La política no debe ser un campo de batalla, sino un espacio donde se puedan discutir ideas y propuestas con respeto. Es en este contexto que la responsabilidad recae sobre todos nosotros, no solo sobre los políticos. Como ciudadanos, debemos ser críticos no solo con las acciones de nuestros líderes, sino también con nuestros propios comportamientos. La forma en que respondemos al desacuerdo tiene implicaciones en la salud de nuestra democracia. La violencia solo engendra más violencia, y la única manera de avanzar es a través del diálogo y el entendimiento mutuo. La defensa de la democracia exige un compromiso constante con los principios de respeto y tolerancia. La violencia y el acoso solo socavan esas bases y crean un clima de miedo que puede paralizar a la sociedad. Es imperativo que todos, desde los líderes políticos hasta los ciudadanos comunes, trabajemos juntos para rechazar cualquier forma de violencia política y fomentar una cultura de diálogo y respeto. Finalmente, la agresión sufrida por Patricia Chirinos debe ser una llamada de atención para todos. No podemos permitir que la intolerancia y la violencia se conviertan en la norma. Debemos alzar nuestras voces en contra de estos actos, reafirmando nuestro compromiso con una democracia en la que el respeto y el diálogo sean los pilares fundamentales. La política debe ser un espacio donde todas las voces sean escuchadas, no donde se silencien a aquellos que piensan diferente.