
Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.




En un mundo cada vez más polarizado y centrado en el individualismo, la filosofía africana de ubuntu se presenta como una luz guía para el desarrollo comunitario y el bienestar colectivo. Esta perspectiva, que promueve la idea de que "yo soy porque nosotros somos", resuena con fuerza en Latinoamérica, donde las realidades sociales y económicas demandan un cambio de paradigma. En el contexto peruano, la necesidad de redescubrir el valor de la comunidad es más urgente que nunca. La esencia de ubuntu radica en la interdependencia humana, en la cual el crecimiento personal y el desarrollo de la sociedad están intrínsecamente ligados. Sin embargo, en la cotidianidad de las ciudades peruanas, esta noción parece haberse desvanecido. La vida moderna, con su ritmo acelerado y sus exigencias, ha llevado a muchos a adoptar una mentalidad de supervivencia que prioriza la satisfacción de necesidades individuales sobre el bienestar del grupo. Esta desconexión se manifiesta de múltiples formas, desde la falta de participación en la política hasta el comportamiento egoísta en el tráfico. Las estadísticas son alarmantes. Una encuesta realizada por Datum reveló que un abrumador 78% de los peruanos se muestra reacio a involucrarse en la política. Este fenómeno no solo evidencia una profunda desconfianza hacia las instituciones, sino también un abandono de la responsabilidad colectiva que cada ciudadano tiene en la construcción de un mejor país. La política debería ser vista como un espacio de construcción de consensos y soluciones compartidas, en lugar de ser percibida como un terreno hostil o corrupto. El desinterés en el ámbito político se traduce en otras áreas de la vida diaria. En las calles, el comportamiento en el tráfico ilustra cómo la búsqueda de beneficios inmediatos por parte de un individuo puede perjudicar al conjunto. Cada conductor que se niega a ceder el paso está, en efecto, priorizando su avance personal sobre la seguridad y el bienestar de los demás. Esta dinámica puede observarse también en el uso del espacio público, donde prácticas como el uso indebido de veredas y la acumulación de basura reflejan un enfoque que ignora el bien común. El ámbito empresarial no está exento de este dilema. Un estudio de Capitalismo Consciente indica que, a pesar de que el 67% de los ejecutivos cree que es crucial que las empresas se involucren en política, un 65% nunca ha dado este paso. Este contraste entre la percepción de responsabilidad y la acción real sugiere que muchos líderes empresariales aún ven su papel en la sociedad como limitado a la generación de utilidades. Sin embargo, la realidad es que las empresas, al operar en un entorno social y económico interconectado, tienen el deber de contribuir al bienestar de las comunidades en las que están inmersas. Involucrarse en la política no es el único camino para que las empresas contribuyan. La participación en esfuerzos comunitarios, el trabajo colaborativo con organizaciones locales y el apoyo a iniciativas sociales son igualmente valiosos. Las empresas deben reconocer que su éxito está entrelazado con la salud y el desarrollo de la comunidad. La responsabilidad social empresarial debe transformarse en un compromiso tangible que vaya más allá de las campañas de marketing. En el campo político, la falta de una visión colectiva ha generado una crisis de representatividad. Los partidos políticos, que deberían ser espacios para la construcción de consensos, a menudo se convierten en plataformas para intereses individuales. Esta situación ha debilitado la noción del servicio público como un compromiso hacia el bien común, y ha llevado a un creciente desencanto en la ciudadanía. Recuperar la esencia de ubuntu en la sociedad peruana requiere un esfuerzo concertado. La coherencia entre los discursos y las acciones cotidianas es fundamental para restablecer la confianza en las instituciones y en el otro. No basta con pronunciar grandes discursos; se necesita un cambio en la práctica, donde el respeto, la empatía y la corresponsabilidad sean valores primordiales. La oportunidad de reencontrarse con la idea de comunidad es, por lo tanto, un desafío que enfrenta el Perú. La fragmentación y el individualismo han provocado una erosión del tejido social, y es imperativo que la ciudadanía recupere la conciencia de pertenencia a un proyecto común. Al igual que la filosofía ubuntu, el bienestar individual no puede sostenerse si el colectivo está fracturado. Finalmente, es crucial entender que el verdadero progreso solo se alcanzará cuando cada uno de nosotros reconozca que formamos parte de un todo. Amar y cuidar de la comunidad es amarnos y cuidarnos a nosotros mismos. Solo al adoptar esta perspectiva, el Perú podrá avanzar hacia un futuro más cohesionado y esperanzador, donde el bienestar de todos sea la prioridad y la interdependencia se convierta en el motor del desarrollo.