Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
En el contexto actual de creciente conciencia ambiental y social, las asambleas de accionistas de grandes corporaciones están viendo un cambio notable en su dinámica. En ciudades como Berlín y Madrid, activistas y defensores de los derechos humanos están tomando la palabra en estas reuniones, exponiendo realidades que a menudo son ignoradas por los altos ejecutivos y los accionistas. El caso reciente de Bayer AG, uno de los gigantes farmacéuticos y agroquímicos, ilustra perfectamente este nuevo fenómeno. Christian Schliemann-Radbruch, un abogado comprometido con los derechos humanos, se encontró en un entorno inusual en Berlín, participando virtualmente en la asamblea anual de Bayer. Con la compañía sumida en una crisis financiera exacerbada por miles de demandas relacionadas con el uso del glifosato, Schliemann y otros expertos en derechos humanos se preparaban para entregar testimonios que resonarían en la sala, a pesar de que sus voces no siempre son bienvenidas. La situación de Bayer se agrava con la reciente caída en el valor de sus acciones, que ha llevado a especulaciones sobre despidos masivos. La intervención de Sarah Schneider, quien trabaja en la ONG Misereror, fue reveladora. A pesar de no poseer acciones de Bayer, su conocimiento sobre las consecuencias de los productos de la multinacional en las comunidades agrícolas de América Latina le otorgó una voz poderosa. Su relato sobre la trágica historia de Silvino Talavera, un niño paraguayo que murió tras ser expuesto a fumigaciones con glifosato, dejó a los accionistas ante la dura realidad de las prácticas agrícolas de la empresa. Schneider utilizó este escenario para abogar por una mayor responsabilidad corporativa y transparencia. Este tipo de activismo no se limita a Bayer. En Madrid, durante la junta de accionistas de Repsol, una joven activista de Greenpeace, Celia, desafió a los ejecutivos al cuestionar su papel en la destrucción del medio ambiente y el sufrimiento humano generado por su modelo de negocio. Su intervención, que provocó murmullos en la sala, subrayó la desconexión que a menudo existe entre las decisiones empresariales y sus repercusiones en el mundo real. La respuesta de la dirección de Repsol, que intentó desacreditar a los activistas, reveló la defensiva postura de las industrias frente a las críticas. Las historias de Schneider y Celia son ejemplos de un cambio más amplio en la forma en que los accionistas y ciudadanos están comenzando a exigir rendición de cuentas a las grandes corporaciones. La organización Shareholders for Change ha surgido como un actor clave en este movimiento, facilitando la participación de accionistas críticos en juntas de accionistas de empresas europeas. Con un enfoque en temas sociales y ambientales, están logrando que las preocupaciones éticas entren en el discurso corporativo. Este movimiento tiene raíces profundas en la historia del activismo accionarial, que se remonta a épocas de conflicto y desigualdad. Desde las protestas contra la guerra de Vietnam hasta la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, los accionistas han usado su influencia para llamar la atención sobre temas críticos. Hoy, en una era donde el cambio climático y la justicia social son temas candentes, este tipo de activismo es más relevante que nunca. La Fundación Finanzas Éticas, parte de esta red emergente, destaca la importancia de las finanzas responsables. Su enfoque en crear un mercado que priorice el bienestar social y ambiental en lugar de solo la rentabilidad económica está ganando tracción. A través de su labor, buscan generar un cambio en cómo se perciben y se utilizan los recursos financieros. Los recientes incidentes en las juntas de accionistas han demostrado que, aunque puede no haber un clamor de aplausos, el eco de estas intervenciones va mucho más allá de las paredes de las salas. La atención de los medios de comunicación y el apoyo de organizaciones sociales amplifican las voces de los activistas, creando un estado de opinión que pone presión sobre las empresas y los gobiernos. Sin embargo, el camino hacia un cambio significativo es largo y lleno de desafíos. Las respuestas evasivas de los ejecutivos a las preguntas difíciles revelan una resistencia a reconocer su responsabilidad social y ambiental. A pesar de esto, el activismo accionarial está empezando a cambiar la narrativa, logrando que el bienestar de las personas y el medio ambiente se conviertan en factores que las empresas no pueden seguir ignorando. El futuro de las corporaciones como Bayer y Repsol dependerá en gran medida de su capacidad para adaptarse a estas nuevas demandas. La presión de los accionistas, en combinación con la creciente voz de los activistas, está empezando a transformar la forma en que las empresas operan y se comunican con el mundo. La lucha por un futuro más sostenible y justo continúa, y cada intervención en esas juntas es un paso hacia adelante en esa dirección.