Reflexiones sobre el 23-F: ¿golpe de Estado o intento de estabilización?

Reflexiones sobre el 23-F: ¿golpe de Estado o intento de estabilización?

El 23 de febrero de 1981, Tejero ocupó el Congreso en un intento de estabilizar el Estado en medio de tensiones políticas tras Franco.

Juan Brignardello Vela, asesor de seguros

Juan Brignardello Vela

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El 23 de febrero de 1981, España vivió uno de los momentos más convulsos de su historia reciente, cuando el teniente coronel Antonio Tejero lideró una ocupación armada del Congreso de los Diputados. Este acontecimiento ha sido tradicionalmente catalogado como un golpe de Estado, sin embargo, algunos analistas sostienen que debe ser considerado más bien como un golpe de timón dentro del propio Estado. Esta interpretación invita a reflexionar sobre las verdaderas intenciones detrás de la acción de Tejero y los generales que lo respaldaban, como el general Armada. En un contexto de transición política y social tras la dictadura de Franco, el país enfrentaba serias dificultades. La ruptura con el régimen anterior había dejado un vacío de poder y una sensación generalizada de caos. La percepción de que la monarquía y el propio Estado estaban en peligro llevó a algunos sectores del ejército a actuar, buscando corregir el rumbo de la nave del Estado en lugar de hundirla. Según esta interpretación, el golpe del 23 F no era un intento de derrocar al gobierno, sino de estabilizar la situación política. La relación cercana entre los generales Armada y Milans del Bosch con el Rey Juan Carlos I es un elemento clave en esta narrativa. Ambos eran leales a la Corona y, en un momento crítico, entendieron que la monarquía necesitaba apoyo. El régimen constitucional instaurado en 1978, según este análisis, era en esencia una realeza sin un verdadero poder. Esto llevó a la necesidad de una intervención que pudiera restaurar el orden y la autoridad de la monarquía en un momento de incertidumbre. Resulta notable que el golpe no contemplara la ocupación de otros puntos estratégicos como el Palacio de la Zarzuela o ministerios clave. Esto, según los defensores de la tesis del golpe de timón, sugiere que no se buscaba un cambio de régimen, sino una reorientación dentro del marco constitucional. La obediencia inmediata del Capitán General de Valencia a las órdenes del Rey también refuerza esta idea, demostrando que había un canal de comunicación y respeto hacia la autoridad real, incluso en medio de la crisis. La planificación del golpe se había discutido previamente en círculos militares, y algunas figuras políticas como Tarradellas habían hecho llamados a la acción. Esto sugiere que existía un contexto de aceptación, al menos entre ciertos sectores, para una intervención que buscara la estabilidad. Sin embargo, lo que ocurrió en el Congreso fue un giro inesperado que contradijo los objetivos iniciales de los conspiradores. La ocupación del Congreso se produjo en un momento crítico, cuando se estaba eligiendo un nuevo presidente del Gobierno. Es revelador que la ocupación no encontrara resistencia significativa por parte de la seguridad del Congreso, lo que plantea preguntas sobre la coordinación entre las fuerzas de seguridad y los ocupantes. La falta de confrontación durante la toma sugiere que muchos dentro del Estado no estaban totalmente en desacuerdo con la intervención. La negociación que siguió a la ocupación resulta igualmente enigmática. Se intentó convencer a Tejero para que abandonara el Congreso, pero el teniente coronel rechazó las ofertas que se le hicieron, argumentando que no iba a ceder ante un gobierno que incluía a socialistas y comunistas. Este punto refleja la profunda división ideológica y el temor de ciertos sectores militares a la posibilidad de un gobierno que consideraban antitético a sus valores. El desenlace del 23 F se enmarca en una serie de acciones y decisiones que evidencian un desvío de lo planeado. La ocupación, que parecía una maniobra calculada para presionar a los políticos, terminó en una situación caótica que no solo comprometió a los involucrados, sino que también puso en jaque a la propia monarquía. La amenaza de un vacío de poder se materializó, y la respuesta del Rey a la situación fue crucial para la restauración del orden. Si el general Armada hubiera logrado dirigirse a los diputados, es probable que hubiera intentado convencerlos de la urgencia de elegir un gobierno que representara un consenso entre las fuerzas políticas del régimen. Sin embargo, el rechazo de Tejero a aceptar un gobierno que incluía a ciertos partidos muestra que había más en juego que simplemente la estabilidad política; se trataba de una lucha por la ideología en un momento de transformación. Finalmente, la carta que Tejero escribió al Rey en 1978 ofrece una ventana a su mentalidad. En ella, se reflejan sus convicciones sobre la Patria y su papel como militar, lo que pone de relieve la complejidad de su motivación. Las acciones del 23 F deben ser entendidas no solo como un simple escándalo político, sino como un reflejo de las tensiones existentes en un país que intentaba definir su identidad y su futuro. En este sentido, el 23 de febrero no solo marcó una fecha en la historia, sino que dejó lecciones sobre la fragilidad de las instituciones y la importancia del diálogo en la construcción democrática.

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