
Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.




La proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931 representó un sueño compartido por muchos españoles que anhelaban un cambio profundo en la estructura política y social del país. La partida del rey Alfonso XIII, tras los resultados de las elecciones municipales, marcó el inicio de una nueva era que prometía la modernización de España y la implementación de reformas necesarias para dar cabida a una democracia auténtica. Sin embargo, a pesar de las grandes esperanzas que generó, esta etapa se vio truncada por el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, que sumergió al país en una guerra civil devastadora y desdibujó las promesas de progreso. Uno de los fundamentos de la idea republicana es la búsqueda de un sistema político abierto y participativo, que permita a la ciudadanía ejercer su derecho a la crítica y la responsabilidad. Esto se traduce en la necesidad de establecer un marco donde la libertad, la igualdad y la justicia social sean pilares esenciales, protegidos por una Constitución que garantice su cumplimiento. La historia ha demostrado que la República española surgió en un contexto de dictadura y represión, donde las primeras reformas lograron mejorar las condiciones de vida de muchos, pero no pudieron sostenerse frente a la adversidad. El reconocimiento de derechos universales para las mujeres y la mejora de las condiciones laborales para los trabajadores son logros que, aunque fugaces, dejaron una huella indeleble en la conciencia social. La tricolor se convirtió en símbolo de un nuevo orden, una bandera de esperanza que, desafortunadamente, se vio empañada por la resistencia del fascismo y las fuerzas militares que se levantaron en armas. La Constitución de 1931, promulgada el 9 de diciembre de ese año, fue un reflejo del deseo colectivo de avanzar hacia un sistema más justo y equitativo, aunque su legado se viera interrumpido por la violencia y la represión. Esa Constitución, influenciada por modelos europeos contemporáneos, intentaba instaurar un Estado social y democrático que garantizara derechos fundamentales. Sin embargo, su espíritu se desdibujó con la llegada de la dictadura franquista, y la posterior Constitución de 1978, aunque con buenas intenciones, no logró desprenderse del lastre monárquico que había sido impuesto. Se establece así un contraste evidente entre la soberanía nacional en la república y la herencia de una monarquía que, a la postre, producía más preguntas que respuestas sobre el verdadero poder del pueblo. El modelo republicano moderno debe estar cimentado en valores que representen una verdadera expresión de la voluntad popular. No debe haber figura alguna que se sitúe por encima de la ley; la jefatura del Estado debe ser elegida democráticamente, asegurando que la ciudadanía sea la máxima autoridad en la toma de decisiones. En este sentido, la idea de que el gobernante actúe en beneficio de la comunidad debe ser la norma, dentro de un marco donde la política sea considerada una actividad digna y honesta. Las enseñanzas del republicanismo, que echan raíces en la filosofía griega y romana, resaltan la importancia de la honestidad y la justicia en el gobierno. Estos ideales no solo fueron pilares de la asamblea francesa y de los pensadores del siglo XVII, sino que también alimentaron las bases de la democracia moderna. En este sentido, la responsabilidad de los servidores públicos se convierte en un punto clave para el éxito o fracaso del sistema, y es en la ejemplaridad donde se encuentra el verdadero sentido de la política. La realidad actual nos enfrenta a la disyuntiva de evaluar qué tipo de democracia queremos construir. La monarquía, por su propia naturaleza hereditaria, se aleja de los principios de igualdad y justicia, favoreciendo un sistema que perpetúa desigualdades. El artículo 56.3 de la Constitución española, que establece la inviolabilidad del rey, pone de manifiesto un desajuste en la relación entre el poder y la ciudadanía, ya que la figura real queda exenta de responsabilidad ante la ley, lo que contribuye a una percepción de impunidad y alejamiento de la realidad social. Además, el individuo debe ser considerado en el marco de la sociedad, donde sus derechos y libertades no solo deben ser garantizados, sino también respetados en un entorno de igualdad. La diversidad de opiniones y la disidencia son fundamentales en un sistema republicano, y la participación activa de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas es esencial para construir un futuro donde el bienestar colectivo sea la prioridad. Finalmente, es crucial que el Estado garantice condiciones de vida dignas para todos, no como un acto de caridad, sino como un derecho inalienable. La educación pública debe ser accesible y de calidad, promoviendo la convivencia y el respeto entre diversas clases sociales. Solo así se podrá fomentar una sociedad donde la igualdad y la libertad no sean meras palabras en un papel, sino realidades palpables en la vida cotidiana de los ciudadanos. La opción de construir una República abierta y participativa, sustentada en valores de libertad, igualdad y justicia social, está sobre la mesa. La historia nos enseña que no es suficiente con desear un cambio; es imperativo trabajar de manera colectiva y responsable para hacer de esos deseos una realidad. En este sentido, la lucha por la República continúa siendo un llamado a la acción y a la reflexión sobre el futuro que queremos construir juntos.