Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
El 26 de diciembre de 2004, el mundo fue testigo de uno de los eventos más catastróficos de la historia moderna cuando un masivo terremoto en el océano Índico desató un tsunami que reclamó casi 250,000 vidas en varios países. Esta tragedia, que afectó profundamente a naciones como Indonesia, Sri Lanka, India y Tailandia, no solo destacó los peligros de los desastres naturales, sino que también subrayó serias deficiencias en los sistemas de preparación y respuesta ante desastres a nivel mundial. Al reflexionar sobre las dos décadas transcurridas desde aquel fatídico día, los expertos han identificado lecciones clave que han reformulado nuestro enfoque hacia la gestión del riesgo de tsunamis. Uno de los avances más significativos tras el tsunami del Día de San Esteban es el establecimiento y la mejora de los sistemas de alerta temprana. El desastre de 2004 reveló una falta crítica de mecanismos de alerta integral, particularmente en regiones como Sri Lanka, donde muchos residentes costeros no recibieron ninguna alerta antes de que el tsunami golpeara dos horas después del terremoto. La respuesta a esta deficiencia ha sido sustancial, con la colaboración internacional llevando al desarrollo del sistema de alerta de tsunamis del océano Índico, que ahora abarca 27 estados miembros. Este sistema demostró su valía durante eventos sísmicos posteriores, como el terremoto de 2012 frente a la costa de Indonesia, donde las alertas se difundieron en un plazo de ocho minutos. Sin embargo, la eficacia de estos sistemas sigue siendo desigual. El reciente tsunami provocado por una erupción volcánica cerca de Tonga en 2022 destacó el hecho de que no todos los tsunamis pueden preverse únicamente a través de la actividad sísmica, enfatizando la necesidad de mejorar el monitoreo de eventos geológicos que podrían llevar a tsunamis. Las lecciones aprendidas demuestran que, si bien los sistemas de alerta temprana han avanzado considerablemente, sus limitaciones geográficas y tecnológicas requieren atención y mejora continua. Igualmente importante para una respuesta efectiva ante desastres es la resiliencia comunitaria. El tsunami de 2011 en Japón actuó como un catalizador para iniciativas de preparación local, con muchas comunidades desarrollando programas integrales de educación y capacitación. La aldea de Jike, por ejemplo, se benefició de la previsión adquirida a través de desastres pasados, lo que llevó a la construcción de nuevas rutas de evacuación y la implementación de simulacros regulares. Este enfoque proactivo significó que cuando el tsunami de Noto golpeó en enero de 2024, los residentes pudieron evacuar de manera segura, demostrando el poder del compromiso y la preparación comunitaria. Si bien se han empleado defensas de ingeniería, como muros de contención y barreras contra inundaciones, confiar exclusivamente en estas soluciones "duras" ha demostrado ser problemático. El tsunami de 2011 en Japón ilustró que incluso las estructuras robustas pueden fallar ante fuerzas naturales abrumadoras. Desde entonces, los ingenieros han cambiado su enfoque hacia el diseño de infraestructuras críticas capaces de resistir los peores escenarios, garantizando que las estructuras puedan mitigar daños mientras facilitan la evacuación en emergencias. A medida que el cambio climático agrava los desastres naturales, con el aumento del nivel del mar y eventos climáticos extremos más frecuentes, la necesidad de prácticas de gestión costera innovadoras y sostenibles es más urgente que nunca. Si bien los métodos de ingeniería tradicionales siguen siendo importantes, hay un énfasis creciente en integrar soluciones basadas en la naturaleza, como la restauración de ecosistemas costeros y el uso de barreras ambientales. Estos enfoques no solo proporcionan una línea de defensa contra los tsunamis, sino que también promueven la biodiversidad y mejoran la resiliencia de los entornos locales. A pesar de los avances logrados desde 2004, persisten desafíos. Las barreras fundamentales para una respuesta efectiva ante desastres incluyen la insuficiencia en el intercambio de datos y la comunicación sobre los riesgos de tsunamis, particularmente en comunidades propensas a inundaciones. A medida que la memoria de los desastres pasados se desvanece, también puede desvanecerse la urgencia de los esfuerzos de preparación. Además, los impactos continuos del cambio climático complican nuestra comprensión y gestión de las amenazas de tsunamis. Al conmemorar el 20 aniversario del tsunami del Día de San Esteban, es crucial reconocer que, si bien se han realizado avances significativos, la necesidad de seguir aprendiendo y adaptándose ante los desastres naturales sigue siendo imperativa. Con un compromiso para mejorar los sistemas de alerta temprana, fomentar la resiliencia comunitaria y perseguir soluciones de ingeniería sostenibles, podemos esforzarnos por proteger vidas y mitigar la devastación de futuros tsunamis. Las lecciones aprendidas del pasado deben guiar nuestros esfuerzos mientras navegamos hacia un futuro incierto, asegurando que la historia no se repita.