Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
En el pintoresco pueblo de Akkaraipettai, situado a lo largo de la costa de Tamil Nadu, los recuerdos inquietantes del tsunami de 2004 perduran como sombras en la mente de sus residentes. En aquel fatídico día de diciembre, hace casi veinte años, un poderoso terremoto de magnitud 9.1 frente a la costa de Indonesia desató olas que reclamarían la vida de más de 16,000 personas en India y dejarían a innumerables otros traumatizados. Hoy, mientras el espectro de ese evento catastrófico se desvanece en el pasado, un nuevo miedo ha tomado su lugar: tormentas intensificadas que amenazan nuevamente a la frágil comunidad costera. Maragathavel Lakshmi, una madre de 45 años que perdió a su hija Yashoda en el tsunami, se recuerda dolorosamente de aquel día cada vez que los vientos aúllan o los cielos se oscurecen con la lluvia. "Las alertas meteorológicas han facilitado la vida, pero el miedo a lo que puede traer una lluvia fuerte o un viento fuerte sigue presente", confiesa. A pesar de las mejoras en la predicción y las estrategias de evacuación que indudablemente han salvado vidas durante las tormentas recientes, la ansiedad sigue siendo palpable, alimentada por la creciente frecuencia y severidad de los ciclones en la región. El mortal tsunami de 2004 no fue resultado del cambio climático, pero los expertos advierten que los factores impulsados por el ser humano están exacerbando los patrones climáticos, haciendo que las tormentas sean más peligrosas. Como observa Lakshmi, "Los veranos son muy duros ahora, y las lluvias son más intensas". Con una atmósfera en calentamiento capaz de retener más humedad, la intensidad de la lluvia ha aumentado, creando un nuevo ciclo de ansiedad para aquellos que han enfrentado la furia de la naturaleza antes. Su esposo, Maragathavel, comparte sus preocupaciones, describiendo cómo cada fuerte lluvia se siente como si el mar nunca los hubiera abandonado, exacerbando los temores ya existentes de inundaciones y devastación. P. Mohan, un pescador local que perdió a su madre en el tsunami, expresa una inquietud similar. "Si veo alguna advertencia sobre el clima, ni siquiera salgo de casa", admite. El trauma que soportó significa que incluso la más mínima indicación de una tormenta lo sumerge en el miedo. Al igual que muchos en Akkaraipettai, ha aprendido a navegar por un paisaje marcado por la pérdida, la incertidumbre y un renovado respeto por las fuerzas de la naturaleza. La comunidad ha tomado medidas para protegerse, incluida la construcción de un muro de contención hecho con los restos de casas destruidas por el tsunami. Se ofrecen oraciones diarias en un templo local dedicado a una deidad hindú que se cree los protege de las olas devastadoras. Sin embargo, incluso con estas precauciones, hay una sensación generalizada de vulnerabilidad. Mohan reflexiona sobre su pasado, cuestionando si realmente ha aceptado la pérdida de su madre, cuyo cuerpo puede que aún repose en las profundidades del mar, sin identificar y sin reclamar. A medida que el cambio climático continúa remodelando el planeta, la gente de Akkaraipettai se encuentra atrapada entre las cicatrices de su pasado y la incertidumbre de su futuro. La resignación de Mohan, "Dios no puede controlar la naturaleza. Lo que tiene que venir, vendrá", resuena con el profundo sentido de aceptación mezclado con temor que permea sus vidas. La comunidad es resiliente, pero el recuerdo del tsunami permanece siempre presente, un recordatorio constante del poder impredecible de la naturaleza y de la fragilidad de la existencia humana en su estela. A medida que los temores de tormenta eclipsan sus vidas diarias, la gente de Akkaraipettai continúa lidiando con su pasado, incluso mientras se preparan para las tormentas del mañana.