Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
Durante la reciente reunión anual del alto mando militar ruso, el presidente Vladimir Putin y su ministro de Defensa, Andrei Belousov, abordaron diversos temas de relevancia internacional, incluyendo la OTAN y la situación en Ucrania. Sin embargo, lo que sorprendió a muchos fue la omisión total de una cuestión crítica: Siria. Este silencio inusitado sobre el futuro de su aliado cercano, Bashar al Asad, refleja una preocupación creciente en el Kremlin acerca de la influencia de Rusia en Medio Oriente y la perspectiva de sus bases militares en la región. La caída de Al Asad, que ocurrió hace más de una semana, ha generado una atmósfera de incertidumbre en Moscú. Anton Mardasov, un analista militar de la región, señala que “es mejor no decir nada” en relación a este delicado asunto. Este enfoque evasivo contrasta enormemente con el optimismo que predominaba un año atrás, cuando el entonces ministro de Defensa, Sergei Shoigu, celebraba la posición de Rusia como garante de la paz en Siria. La retirada de las fuerzas rusas de Nagorno Karabaj, un enclave estratégicamente importante en el Cáucaso, añadió un nuevo nivel de complejidad a la situación. La pérdida de influencia en esta área, que anteriormente formaba parte de la Unión Soviética, ha dejado a Rusia en una posición vulnerable, especialmente después de la reciente destitución de Al Asad, que podría limitar aún más los esfuerzos del Kremlin por recuperar su estatus como potencia mundial. En este contexto, se sugiere que Rusia podría verse obligada a reducir su presencia militar en Siria. Aunque las bases de Hmeimim y Tartus podrían permanecer operativas, su relevancia estratégica se vería comprometida. Mardasov advierte que la capacidad de Rusia para utilizar estas instalaciones como plataformas de lanzamiento para operaciones militares en el Mediterráneo o en África se ve amenazada por la situación de seguridad deteriorada en Siria. Mientras tanto, la atención del Kremlin parece estar completamente centrada en la guerra en Ucrania. Putin mantiene la narrativa de que está logrando avances, tanto en el campo de batalla como en su confrontación con Occidente. Sin embargo, el impacto de la política internacional y las elecciones en Europa, donde figuras políticas escépticas hacia el apoyo a Ucrania están ganando terreno, podrían influir en la trayectoria futura de la guerra. Recientemente, Rusia ha comenzado a reducir su despliegue en Siria. Imágenes satelitales han mostrado el empaquetado de material militar ruso y la reubicación de tropas hacia las bases de Hmeimim y Tartus. Esto ha suscitado especulaciones sobre el futuro de la presencia militar rusa y la posibilidad de un acercamiento hacia los grupos opositores que han derrocado a Al Asad. El Kremlin, a través de su portavoz Dmitri Peskov, ha indicado que aún no se ha tomado una “decisión definitiva” sobre su futuro en Siria, mientras que se están llevando a cabo diálogos con otras potencias involucradas en el conflicto. Sin embargo, la falta de claridad y la inercia en la respuesta a la nueva realidad en Siria son evidencia de un Kremlin que se enfrenta a un dilema estratégico. Además, algunos funcionarios de la Unión Europea han planteado la salida de Rusia de Siria como una condición para levantar las sanciones impuestas a dicho país. Kaja Kallas, responsable de Política Exterior de la UE, ha enfatizado que la eliminación de la influencia rusa debe ser una condición para cualquier nuevo liderazgo en Siria, lo que añade presión sobre el Kremlin en un momento ya crítico. Mientras el presidente Putin se enfoca en la guerra en Ucrania, la narrativa en los medios estatales rusos intenta presentar la situación en Siria como un reto superado, culpando a Occidente por cualquier inestabilidad que persista en el país. Este enfoque busca desviar la atención de un conflicto que claramente ha tomado un rumbo desfavorable para los intereses rusos. Finalmente, la ausencia de un plan claro para la región de Medio Oriente, junto con la creciente incertidumbre sobre el futuro de Al Asad, plantea una pregunta inquietante sobre la capacidad de Rusia para proyectar su influencia en un área que una vez consideró como parte integral de su esfera de influencia. Con la atención del Kremlin firmemente fijada en Ucrania, parece que Siria ha caído en un segundo plano, dejando a muchos observadores preguntándose cuál será el destino final de la estrategia rusa en la región.