Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La reciente tragedia del asesinato de Brian Thompson, director ejecutivo de UnitedHealthCare, ha dejado una huella de conmoción en Estados Unidos que trasciende la mera condena hacia el autor del crimen. En un giro inesperado, la reacción de muchos ciudadanos ha sido de solidaridad hacia el perpetrador, lo que revela un profundo malestar colectivo en relación con las aseguradoras de salud privadas y su manejo de las crisis sanitarias. Este fenómeno no solo pone de manifiesto la relación entre el crimen y la percepción pública, sino que también nos obliga a reflexionar sobre la naturaleza de la justicia y el papel de la moralidad en nuestra sociedad. Este caso pone en evidencia una paradoja inquietante: la línea entre lo que se considera un "criminal" y un "vengador" se difumina cuando las acciones del primero resuenan con el descontento social. La indignación hacia un sistema que parece priorizar el lucro sobre el bienestar de las personas ha llevado a que algunos vean en el atacante a un héroe que lucha contra un sistema que les ha fallado repetidamente. Este dilema moral invita a preguntarnos: ¿es la legalidad un sinónimo de justicia? En el caso mexicano, la contienda entre influencers también expone tensiones similares. La disputa mediática entre MaryFer Centeno y "Mr. Doctor" ha revelado no solo la falta de civismo en la discusión pública, sino también la forma en que las normas de respeto de género pueden ser ignoradas en favor de un espectáculo que atrae la atención. Al igual que en el contexto estadounidense, aquí se desdibujan los límites entre el respeto a las reglas y la responsabilidad ética y moral de sus actores. Un análisis más profundo de estos conflictos nos lleva a reflexionar sobre la naturaleza del respeto en la sociedad contemporánea. ¿Se encuentra este respeto en aquellos que aparentan cumplir con la ley mientras ocultan su deshonestidad, o en aquellos que, aunque erran, son honestos en su falta? La respuesta puede ser chocante, pero parece que, en última instancia, la sociedad tiende a valorar la moralidad sobre la mera legalidad, sugiriendo que la justicia no se limita a la aplicación de la ley. A medida que profundizamos en el caso del asesinato de Thompson, se hace evidente que la insatisfacción con el sistema de salud privado ha creado un caldo de cultivo para la violencia. En un país donde millones enfrentan la angustia de un sistema que los deja desprotegidos, el mensaje detrás de las acciones del atacante resuena en un público que ha sido víctima de un sistema que prioriza el beneficio económico sobre la atención a la salud. Aquí, el crimen se convierte en una respuesta a una injusticia mayor. El conflicto en el ámbito de las redes sociales en México también demuestra que el daño puede surgir no solo de la violencia física, sino de la desinformación. Las campañas de desprestigio pueden llevar a la sociedad a confundir la verdad con la ignorancia, lo que pone en riesgo la salud colectiva. Aunque las palabras de "Mr. Doctor" pueden haber cruzado límites, es fundamental que la autoridad evalúe la gravedad de la desinformación y su impacto en la salud pública. En una sociedad donde las apariencias a menudo prevalecen sobre la sinceridad, se plantea la pregunta crítica: ¿es realmente malo ser honesto? Esta inquietud resuena en los casos discutidos, donde las acciones son juzgadas más por su conformidad a las normas que por su impacto en la vida de las personas. La ética, la moralidad y la legalidad no pueden ser vistas como conceptos aislados, sino que deben entrelazarse para formar la base de una verdadera justicia. Hoy, mientras reflexionamos sobre la reciente masacre en una escuela en Estados Unidos que dejó cinco muertos, nos encontramos ante la dura realidad de que la falta de atención a la salud mental puede ser una de las raíces de estos actos violentos. La sociedad necesita prioridades que incluyan tanto valores éticos como una respuesta activa y comprometida a los problemas de salud mental que afectan a millones. La conclusión es clara: lo verdaderamente criminal no radica solo en el acto de violencia en sí, sino en un sistema que falla en proteger a sus ciudadanos. La solución no es simplemente castigar a los infractores, sino fomentar un entorno donde la salud, la ética y el respeto mutuo sean la norma. En este sentido, es necesario replantear nuestras definiciones de justicia y criminalidad para hacer frente a los problemas que verdaderamente atentan contra la humanidad.