Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
El jueves 29 de agosto fue un día que quedará grabado en la memoria del deporte peruano. Angélica Espinoza, la joven atleta paralímpica, se consagró al obtener su segunda medalla de oro en los Juegos Paralímpicos de París 2024. La noticia resonó en todos los rincones del país, pero para su madre, doña Julia Carranza, la emoción fue indescriptible. Mientras veía a su hija en la televisión, con el himno nacional sonando a su alrededor y la presea dorada colgando de su cuello, las lágrimas de felicidad no tardaron en brotar. Doña Julia compartió con nosotros cómo, a miles de kilómetros de distancia, vivió la hazaña de su hija. “Nosotros sabemos de la capacidad de Angélica”, comentó. A pesar del nerviosismo y la incertidumbre que siempre acompaña a un evento deportivo, ella sabía que su hija había trabajado arduamente para llegar hasta allí. “Cada pelea nos sigue emocionando más”, añadió, recordando el intenso camino que ambas han recorrido juntas. El momento de la victoria fue una explosión de alegría familiar. “Cuando se decretó que ganó la medalla de oro, todos saltamos de emoción”, expresó doña Julia, recordando cómo se reunió con sus seres queridos para celebrar. La conexión que tienen como familia es fuerte, y el orgullo que siente por Angélica es evidente en cada palabra que pronuncia. Sin embargo, a pesar de la felicidad, las llamadas no se hicieron esperar, y después de algunos días, madre e hija pudieron finalmente hablar y compartir sus emociones. El sacrificio que Angélica ha hecho para convertirse en bicampeona paralímpica es monumental. Doña Julia asegura que la gente no comprende la dureza y el esfuerzo detrás de cada medalla. “Ser número 8 del mundo es un gran logro, y la gente no ve el trasfondo de cómo viven estos deportistas”, afirmó, destacando el compromiso que Angélica ha tenido con su carrera, incluso sacrificando momentos familiares por su pasión. La preparación de Angélica ha sido rigurosa y disciplinada. Desde las 5:30 a.m. hasta la noche, su rutina estaba marcada por el entrenamiento constante. “No hubo un día que no se haya preparado”, enfatizó su madre, quien ha estado siempre al lado de su hija, apoyándola en cada paso de su camino. Angélica no solo se enfocaba en las técnicas y tácticas, sino que también trabajaba con un nutricionista para mantener su peso reglamentario. El camino hacia París no solo fue un sueño personal, sino también un sueño familiar, compartido y anhelado. “Sabíamos que Angélica tenía la capacidad, pero siempre existía la pregunta: ¿Lo logrará?”, relató doña Julia, quien se mostró emocionada al ver a su hija en el podio. “Realmente se puede”, concluyó, vislumbrando la esperanza y el trabajo duro que finalmente rindieron frutos. La repercusión de su éxito ha sido abrumadora. Doña Julia, emocionada, ha guardado cada periódico que menciona a su hija, un símbolo tangible de su triunfo. “Todo el esfuerzo valió la pena”, comentó con orgullo, reconociendo que ver a Angélica en las portadas es un reflejo de la perseverancia y dedicación que ambas han puesto en este sueño. En medio de esta celebración, doña Julia también ha hecho un llamado a las autoridades. “Pido que se resalte el logro, pero que no se fijen en lo que no tuvo”, expresó, recordando que Angélica ha logrado lo que se propuso a pesar de las adversidades y limitaciones. Ella desea que se reconozca el sacrificio y la labor que implica alcanzar metas en el deporte, especialmente para los atletas paralímpicos. Finalmente, la historia de Angélica Espinoza no solo es la historia de una medalla, sino la historia de una familia que ha soñado en grande y que ha trabajado incansablemente para que su hija pueda brillar. En un país donde el deporte a menudo enfrenta desafíos, su éxito es un testimonio de que con trabajo, dedicación y apoyo, los sueños pueden hacerse realidad. La medalla dorada en París es, sin duda, el aroma de un triunfo que trasciende lo individual, convirtiéndose en un símbolo de esperanza y lucha para todos.