Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
En los últimos días, se ha intensificado el debate sobre el papel de la monarquía en España, impulsado por las acciones y decisiones del rey Felipe VI en medio de la crisis política que atraviesa el país. A medida que las tensiones entre diferentes sectores del panorama político aumentan, el monarca parece haber encontrado en esta situación una oportunidad para reforzar su posición y la de la institución que representa. Esta estrategia ha suscitado una serie de reflexiones sobre el futuro de la democracia y la legitimidad de la monarquía en un contexto donde la causa republicana, que había cobrado fuerza tras la abdicación de Juan Carlos I, parece haber perdido fuelle. La situación actual podría compararse con los días previos al 23-F de 1981, cuando la monarquía se consolidó en un momento de crisis y desconfianza hacia los políticos. Sin embargo, lo que preocupa ahora es que, a diferencia de lo que ocurrió en el pasado, Felipe VI no está enfrentándose a golpistas o nostalgicos del franquismo, sino a los propios políticos del arco parlamentario. Esto plantea un dilema crítico: la legitimidad de la monarquía se edifica ahora no sobre la defensa de la democracia, sino en la oposición a la política democrática misma. A esto se suma la percepción de que la monarquía, más que representante de un sistema democrático, está tomando un rumbo hacia la defensa de la dinastía. Felipe VI, a diferencia de su padre, no se presenta como un defensor de los valores democráticos, sino como un líder que mira hacia la preservación de su linaje. La historia de la transición democrática en España ha sido interpretada como un pacto en el que la monarquía se vió beneficiada por la instauración de un régimen democrático, pero las motivaciones detrás de este pacto han sido, al menos en parte, cuestionadas. El sentido de crisis que se siente en las instituciones democráticas hoy en día es palpable. La fatiga del sistema parlamentario, sumada a un auge de movimientos neofascistas en distintas partes del mundo, plantea una tensión entre la percepción de que el autoritarismo se presenta como una solución viable y la frustración de los ciudadanos hacia un sistema que consideran ineficaz. En este contexto, el papel de Felipe VI se torna más complejo, ya que la estabilidad de la monarquía dependerá de su capacidad para navegar en estas aguas turbulentas. La preocupación entre los asesores del rey por la estabilidad de la monarquía no es infundada; los rumores de descontento entre sectores de la derecha, tradicionalmente afines a la Casa Real, están empezando a emerger. Estas voces críticas, que comienzan a cuestionar la figura del rey, podrían reflejar un cambio en la percepción pública sobre la utilidad de la monarquía en tiempos de crisis. La comparación de Felipe VI con personajes históricos como Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera no es casual, ya que evoca un temor latente sobre el futuro de la institución y su relación con la política. La historia nos ha enseñado que las dinastías han sobrevivido a lo largo de los siglos, pero eso no significa que estén a salvo de las crisis. Felipe VI se enfrenta a un dilema similar al que su padre encontró en su momento: ¿hasta dónde está dispuesto a llegar para preservar la monarquía? La lección aprendida por Juan Carlos podría ser que la lealtad a la dinastía debe prevalecer sobre la lealtad a la democracia. En este sentido, el actual rey podría optar por distanciarse de la política y dejar que el sistema se autodestruya para garantizar su propia supervivencia. Sin embargo, aquellos que defienden la democracia deben ser cautelosos y no facilitar las cosas al monarca. La historia reciente ha demostrado que cuando la política y la monarquía se entrelazan de manera peligrosa, las consecuencias pueden ser devastadoras para la salud democrática de un país. La intervención de la monarquía en la política no debería ser un recurso al que se recurra de manera habitual, y los ciudadanos deben estar vigilantes ante este tipo de maniobras. El futuro de la monarquía en España está en juego, y los acontecimientos de los próximos meses serán cruciales. La respuesta de los ciudadanos, su capacidad de movilización y su disposición a defender los principios democráticos serán determinantes para asegurar que la historia no se repita de una manera que ponga en peligro los logros democráticos alcanzados. La legibilidad de la monarquía en el marco de una democracia saludable es una cuestión que nos concierne a todos, y es un desafío que no debemos permitir que se desdibuje en medio de la confusión política.