Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
Mientras navegaba por las bulliciosas calles de Edimburgo para el Festival Fringe de este año, una curiosa tensión flotaba en el aire: una mezcla palpable de emoción y aprensión. El festival, conocido por su vibrante celebración de las artes, parecía haber tomado un giro hacia un tema más sombrío, con muchos espectáculos explorando las complejidades de las enfermedades psicológicas. Era como si hubiera tropezado con una convención de bienestar en lugar de un festival de artes, con producciones centradas en el duelo, la ansiedad, el TDAH, el TOC y la adicción al juego dominando la programación. Este cambio podría confundirse fácilmente con una tendencia destinada a fomentar la conciencia sobre los problemas de salud mental. Sin embargo, el desafío radica en el potencial de estas narrativas para eclipsar la esencia misma del entretenimiento que el Fringe encarna. Para muchos, el teatro es un ámbito de escape, de risa y de alegría; elementos que pueden perderse cuando el peso de temas serios ocupa el centro del escenario. Sin embargo, en medio de este telón de fondo, un espectáculo destacó como una refrescante excepción: "300 Pinturas", creado por el intérprete australiano Sam Kissajukian. Su viaje hacia el escenario es un testimonio de resiliencia, marcado por una batalla de una década con el trastorno bipolar que lo llevó a abandonar la comedia en favor de las artes visuales. Lo que se desarrolló en su espectáculo unipersonal fue un cautivador relato de sus episodios maníacos, un torbellino de creatividad que lo propulsó a la escena artística, seguido de un aterrizaje sobrio en las realidades de su salud mental. Con una presentación de diapositivas juguetona como compañera, la narrativa de Kissajukian logró un equilibrio entre la ligereza y la honestidad, ofreciendo una reflexión caprichosa pero conmovedora sobre su tumultuoso viaje. La obra de arte que lo acompañaba, vibrante y atractiva, solidificó aún más el atractivo del espectáculo. Mientras "300 Pinturas" abordaba la salud mental de manera reflexiva, el festival también mostró una faceta diferente de la lucha emocional a través del lente del duelo. La obra "So Young", escrita por el dramaturgo escocés Douglas Maxwell, navegó por la delicada interacción entre la pérdida personal y las ramificaciones sociales. Ambientada en Glasgow, la historia desentraña el conflicto entre un viudo que parece haber seguido adelante demasiado rápido y el mejor amigo de su esposa fallecida, que lidia con sentimientos de traición. Esta exploración de la dimensión social del duelo sacó a la luz una verdad a menudo ignorada: el luto no es simplemente una experiencia individual; reverbera a través de las conexiones que compartimos con los demás. A medida que avanzaba el festival, se hizo evidente que las historias representadas en el escenario no eran meramente vehículos para crear conciencia, sino un profundo comentario sobre la experiencia humana. La yuxtaposición del arte y la salud mental pudo haber levantado cejas, pero también abrió discusiones que son cada vez más relevantes en la sociedad actual. El Fringe, tradicionalmente una plataforma para expresiones eclécticas, ha abrazado estas narrativas como parte de su evolución, invitando al público a reflexionar sobre las complejidades de la vida mientras aún ofrece momentos de alegría y revelación. Al final, el Festival Fringe de Edimburgo sigue siendo un tapiz indeleble de expresión artística, donde las historias, sin importar cuán pesadas, pueden entrelazarse con humor, creatividad y comprensión. Aunque los temas de bienestar pueden dominar el paisaje este año, también sirven para recordarnos que el teatro tiene el poder de sanar, provocar reflexión y fomentar conexiones de maneras que resuenan mucho después de que cae el telón final.