Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
La situación en Venezuela ha alcanzado un punto crítico que refleja no solo la crisis interna del país, sino también el impacto de la geopolítica en su realidad cotidiana. El régimen de Nicolás Maduro, que ha consolidado su poder a través de una compleja red de alianzas internacionales, se encuentra más fortalecido que nunca, a pesar de las crecientes presiones externas. Esta dinámica no es nueva; Venezuela ha sido un escenario de rivalidades globales, donde las decisiones locales se entrelazan con los intereses de potencias como Estados Unidos, Rusia, China e Irán. El reciente ciclo electoral, marcado por el 28 de julio, no ha hecho más que reafirmar la continuidad del régimen madurista. Desde la descalificación de líderes opositores hasta la manipulación del sistema electoral, las acciones del gobierno han sido consistentes con un patrón que busca mantener el control absoluto. La inhabilitación de María Corina Machado y la imposibilidad de millones de venezolanos en el exterior de votar son solo algunas de las tácticas empleadas para asegurar un ambiente propicio para el oficialismo. La influencia de las alianzas internacionales en la política venezolana se ha vuelto cada vez más evidente. Los vínculos de Maduro con Moscú, Beijing y Teherán no solo son un soporte económico y militar, sino que también sirven como un contrapeso frente a las sanciones impuestas por Occidente. Este respaldo ha permitido al gobierno mantenerse a flote en un contexto de crisis humanitaria y económica extrema. El apoyo diplomático de estos países es vital para la supervivencia del régimen, que se ha visto acorralado por la presión internacional. En este marco, la polarización interna se ha agudizado. La ideología, en lugar de ser un vehículo para la construcción de consenso, ha sido utilizada como una herramienta de división. La confrontación entre un sector de la población que clama por un cambio y otro que se aferra a la retórica oficialista ha complicado aún más el panorama. La búsqueda de una solución pacífica y efectiva se ve obstaculizada por un ambiente de desconfianza y hostilidad. La situación se complica aún más por la reciente crisis postelectoral. A pesar de la movilización de la oposición y una aparente unión en torno a un candidato, el resultado fue predecible, dado el control férreo que ejerce el gobierno sobre las instituciones. Tal como se ha visto en elecciones anteriores, la falta de transparencia y el uso de tácticas autoritarias han deslegitimado el proceso electoral, dejando a la población con una sensación de impotencia y frustración. En este contexto, la comunidad internacional observa atentamente los esfuerzos por parte de naciones vecinas como Brasil, México y Colombia para establecer un diálogo que pueda llevar a una posible transición política. Sin embargo, este proceso no será sencillo. La retirada de las ordenes de arresto contra Maduro y el cese de las investigaciones por crímenes de lesa humanidad son condiciones complejas que requieren un compromiso significativo de las partes involucradas. A pesar de los intentos de mediación, la realidad venezolana está marcada por un statu quo que parece inquebrantable. Con Maduro en el control de todos los poderes del Estado, desde el legislativo hasta el militar, la posibilidad de un cambio inmediato se torna remota. La herencia de un modelo autoritario ha arraigado en la estructura política del país, dificultando cualquier intento de reforma genuina. La comunidad internacional debe reflexionar sobre el papel que puede desempeñar en esta crisis. Mientras se decide si la presión externa puede ser efectiva, es crucial no perder de vista la voz del pueblo venezolano. La búsqueda de una solución duradera requiere un enfoque que combine la presión política con un entendimiento de las realidades locales, así como la disposición para involucrar a todos los actores en la mesa de diálogo. En suma, la crisis en Venezuela es un microcosmos de las tensiones geopolíticas actuales. La lucha entre grandes potencias y el impacto de sus decisiones en el suelo venezolano generan un ciclo vicioso que afecta la vida de millones. Sin un cambio en la dinámica de poder y un compromiso real por parte de los líderes tanto nacionales como internacionales, el futuro de Venezuela sigue siendo incierto. La esperanza de una salida pacífica y democrática parece lejana, pero sigue siendo una necesidad urgente para el pueblo venezolano.