Juan Brignardello Vela
Juan Brignardello Vela, asesor de seguros, se especializa en brindar asesoramiento y gestión comercial en el ámbito de seguros y reclamaciones por siniestros para destacadas empresas en el mercado peruano e internacional.
En el corazón de Majdal Shams, una tranquila aldea enclavada en los Altos del Golán controlados por Israel, ha ocurrido una tragedia que ha dejado una huella indeleble en una comunidad conocida por su vibrante espíritu y sus familias unidas. En una aparentemente ordinaria noche de sábado, las risas y charlas de los niños jugando al fútbol se convirtieron en una escena de horror inimaginable cuando un cohete, lanzado desde territorio libanés, devastó un campo de fútbol local, cobrando la vida de doce jóvenes almas. El ataque ocurrió aproximadamente a las 6:18 p.m., justo cuando los niños se reunían en el campo, ansiosos por participar en su pasatiempo favorito. En medio de los gritos de la competencia amistosa, las sirenas familiares que advertían de fuego entrante resonaron en la aldea. Sin embargo, la advertencia llegó demasiado tarde; en cuestión de segundos, el cohete impactó, creando un cráter donde los niños se habían reunido momentos antes. Los testigos relataron el caos que siguió mientras el suelo temblaba y el aire se llenaba de polvo y escombros. Para muchos, la reacción instintiva de buscar seguridad fue eclipsada por una trágica familiaridad con las sirenas que se habían convertido en un telón de fondo de sus vidas durante los últimos meses de tensiones crecientes. Entre los testigos se encontraba Jwan Willy, de 14 años, quien estaba junto a uno de los postes de la portería mientras se desarrollaba el ataque. Recordó la decisión que tuvo que tomar en un abrir y cerrar de ojos: correr hacia la seguridad conocida de un refugio antibombas cercano o quedarse con sus amigos. Al igual que muchos otros, Jwan optó por permanecer, una decisión que lo perseguiría mientras veía cómo se apagaban las vidas de sus compañeros en un instante. Las secuelas desgarradoras no solo vieron víctimas, sino también a una comunidad lidiando con una profunda tristeza y shock mientras contaban las vidas perdidas: niños y niñas de entre 10 y 16 años, todos truncados en el umbral de sus futuros. A raíz de la tragedia, el ejército israelí rápidamente culpó a Hezbollah, el grupo militante respaldado por Irán en Líbano, afirmando que el tipo de cohete utilizado—un proyectil fabricado en Irán equipado con más de 50 kilogramos de explosivos—se encontraba exclusivamente en el arsenal de Hezbollah. Si bien el grupo negó la responsabilidad, el gobierno israelí respondió con ataques aéreos dirigidos a varios sitios en Líbano, marcando una sombría escalada en el conflicto en curso que ha asolado la región durante décadas. El dolor que sienten las familias de los perdidos es palpable. Mientras los padres lidian con la ausencia de sus hijos, la aldea misma llora por una generación perdida, que tenía sueños de jugar al fútbol, continuar su educación y construir un futuro. El refugio antibombas de concreto reforzado, una vez símbolo de seguridad, ahora se erige como un sombrío recordatorio de las vulnerabilidades que enfrentan las comunidades situadas cerca de zonas de conflicto. Su entrada, marcada por el derramamiento de sangre, habla de la fragilidad de la paz y las duras realidades de una vida vivida a la sombra de la violencia. A medida que Majdal Shams comienza a procesar esta pérdida indescriptible, la resiliencia de sus residentes se pone a prueba. En los próximos días, la comunidad necesitará unirse no solo para honrar la memoria de los niños que perecieron, sino también para buscar consuelo y sanación de las heridas infligidas por este ataque. Los ecos de risas que alguna vez llenaron el campo de fútbol pueden estar silenciados por ahora, pero el espíritu de estos niños resonará para siempre en los corazones de aquellos que quedaron atrás, recordándoles la inocencia que fue tan cruelmente arrebatada.